La ventaja del "no"


Una entradita para animarme un poco.
Siempre he sido de los que ven el lado negativo de las cosas, y tal vez por eso tengo claro que la ventaja de un no, es que puedes volver a intentarlo.


Defensa estilística

El otro día me topé con uno de esos escritos que pretenden ayudar al escritor novato. Lo sorprendente es que no se trataba de un decálogo escrito por a saber quién, sino que aparecía en el blog de un escritor que, si bien no es muy famoso todavía, está empezando a hacer sus pinitos y ya ha conseguido publicar un par de libros. Precisamente por eso pude leer el texto en cuestión, que me llevó ipso facto a eliminar dicho blog de mi lista de visitas habituales.

¿Por qué tanto horror? Pues simplemente porque el autor, con la excusa de dotar a una obra de mayor ligereza, atentaba contra cualquier sentido del estilo propio. No es la primera vez que leo u oigo cosas parecidas, sin embargo. Sobre todo, en el campo de la traducción y en el de la edición. Mas como a mí siempre me agrada nadar contracorriente, haré una defensa aquí de los tres estilos.

¿Tres estilos? Pues sí, ya desde la Antigüedad existía una teoría estilística cuya ejemplificación más clara encontramos en la rueda de Virgilio. Los estilos eran calificados por la retórica medieval como «ínfimo», «medio» y «sublime», aunque (y esto es importante) estos nombres no se referían a su calidad, sino a su uso en diferentes obras. El lenguaje debía adecuarse al tema que se estaba tratando, y dentro de una misma obra el estilo servía también para diferenciar la alcurnia o la procedencia de ciertos personajes (aunque eso se desarrollaría posteriormente, gracias al teatro, y bien lejos de la literatura escolástica). Yo suelo pensar en estilo «plano», «decorado» y «ornamentado», ya que en realidad la diferencia de uno a otro se debe a la mayor cantidad de figuras retóricas y juegos lingüísticos. Por cierto, que todo esto debe tomarse como una gradación sin escalones, pues es imposible situar una barrera que los delimite.

Lo que me fastidia de los decálogos y las normas que he comentado más arriba es que parecen tomar el estilo plano como el único existente. Y si bien esto puede ser así en el lenguaje administrativo, donde debe primar la concisión y la claridad expositivas, un trabajo artístico como un relato o una novela deben poseer rasgos propios, que dependerán no sólo del autor, sino también del tipo de obra y de los personajes. No puede escribirse con el mismo estilo una novela contemporánea de conspiraciones (cualquiera de Dan Brown puede servir como ejemplo), que una novela histórica del Siglo de Oro (véase la magistral serie del capitán Alatriste, de Pérez-Reverte). Y tampoco tendrá el mismo estilo una historia épica situada en un mundo de fantasía (como El Señor de los Anillos, Terramar, o cualquier otra). Por supuesto, como ya he comentado antes, dentro de una obra no todos los personajes hablarán de la misma forma.

Esta teoría de los estilos es una de las cosas que generalmente me sitúa en contra de las novelas de fantasía pertenecientes a las franquicias como Dragonlance o Reinos Olvidados: o bien sus autores escriben casi siempre en un estilo plano, o bien los traductores no son capaces de trasladar el estilo del escritor. Y sinceramente creo que se trata de la primera opción.

Y, de nuevo, es esta teoría la que hace que me oponga a estos enemigos del estilo propio, que en aras de una mayor concisión y claridad, desprecian muchos de los recursos que se encuentran a disposición del autor. Veamos algunos ejemplos.

Los adjetivos.
Se nos dice que sobran adjetivos, que con acompañar a los nombres de un único adjetivo, basta. Se atreven incluso a ponernos un ejemplo, como «el frío y morado cadáver estaba hinchado», indicando que son tres adjetivos en siete palabras, y que además no aportan nada. Pues, mira por dónde, a mí los tres adjetivos me gustan, y veo mayor problema al «estaba». Porque esa frase, «el frío y morado cadáver estaba hinchado», constituye una oración por sí misma, y aunque podamos añadir información tras ella, hemos frenado el avance de la lectura. Cualquier escritorzuelo que se precie de serlo sabe que es mejor sustituir «ser», «estar», «hacer», y palabras polisémicas de ese tipo por otras más precisas. Yo, por mi parte, pondría algo parecido a lo siguiente: «El hinchado cadáver, frío y morado, ...» y continuaría desde ahí. Esto acumula todavía más los adjetivos, pero permite una mayor continuidad expositiva. Mayor rapidez en la lectura, que es lo que se busca actualmente en las descripciones.
Pero no soy sólo yo quien lo dice. Aquí va un ejemplo de R. L. Stevenson, en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde: «era un hombre de semblante serio, nunca iluminado por una sonrisa; frío, parco y oscuro en la conversación; tímido en la expresión del sentimiento; largo, enjuto, ceniciento y triste y, sin embargo, de un modo u otro, caía simpático». Cuenten adjetivos, cuenten, y sorpréndase de la ligereza de esa descripción. ¿Les parece muy viejo Stevenson? Algo más moderno, entonces. Ursula K. Le Guin en Un mago de Terramar: «La barca surcaba una mar gruesa y turbulenta sobre la que pendían unas nubes flotantes y lúgubres como velos mortuorios».

Los adverbios acabados en -mente.
Este es uno de esos puntos que he escuchado en varias ocasiones. Y es normal: son palabras con muchas sílabas, que terminan con un sonido muy identificable. Si se acumulan o se colocan cerca de palabras con terminaciones semejantes, puede llegar a crear una falsa rima, que en prosa no queda muy bien, la verdad. Sin embargo, nos dicen que debemos borrarlos. Así, tal cual. Porque el contexto ya aporta la misma información, nos aclaran. Pero vamos a ver, ¿en qué quedamos? ¿Buscamos concisión, o no la buscamos? Como digo, es cierto que acumular este tipo de adverbios suele crear un ritmo feo al oído, pero basta con repasar el texto para darse cuenta de cuándo sobran, de cuándo estará mejor expresar la misma idea con más cantidad de palabras o, muy al contrario, de cuándo un adverbio, incluso acabado en -mente puede reducir el peso de una oración. Sin embargo, eliminar un recurso lingüístico completamente constituye un error de bulto.

La voz pasiva.
La primera vez que escuché esto fue de labios de una estudiante de traducción, a la que sus profesores habían prohibido usar la pasiva al traducir del inglés al español. Pero es que, como en el caso anterior, se nos dice que la usemos sólo un par de veces por novela, porque el lector se aburrirá con una frase que dice exactamente lo mismo que otra, sólo que se ha añadido el verbo «estar» y se ha cambiado el orden de sujeto y predicado.
¡Ay! Vayamos por partes. Pues sí, es cierto que la mayoría de estructuras que en inglés se usan con la voz pasiva quedan bastante mal si se traducen tal cual, pero la lengua española posee una cosa muy bonita que cada vez se lee menos (y se escucha aún menos): la pasiva refleja, expresada con el pronombre «se», en lugar del verbo «ser». Como por ejemplo, en «Mañana se proyectará la película», por «Mañana será proyectada la película». Y si bien es cierto que podríamos decir «Mañana proyectarán la película», no debemos olvidar que el orden de las palabras no es gratuito, y puede también aportar un significado añadido: en este último caso lo importante de la oración es «ésos que van a proyectar la película», mientras que en el primer caso, al convertirse en un agente elidido o invisible (precisamente ésa es una de las claves de la pasiva refleja), toda la atención se sitúa sobre «la película», o como mucho sobre «mañana». ¿Y qué hay de expresiones como «fue construido» y similares? ¿Cómo las pasamos a la voz activa? De nuevo, estamos hablando de eliminar un recurso lingüístico sólo por no saber utilizarlo de forma conveniente.

Las acotaciones de los diálogos.
Nos indican que «argüir», «aducir», «declamar», «convenir», etc, no son necesarios, puesto que nadie va arguyendo por la vida. Así que se nos deja con «decir», y como mucho «gritar», «susurrar» y «responder». Yo anotaría que la gente sí arguye, y aduce, declama y conviene; lo hace en su conversación normal, a pesar  de no pronunciar jamás esos verbos. También indicaría que todos estos verbos añaden variedad y riqueza lingüística, pero al parecer se nos manda dejar eso para otros momentos de nuestra obra.
Así que busco el apoyo de las autoridades, y me vendrá bien porque lo siguiente sirve como otro punto de vista a todo lo que he ido desgranando hasta aquí. En sus Anotaciones sobre una novela, que ha estado publicando periódicamente mientras escribía El tango de la Guardia Vieja, Pérez-Reverte incluyó lo siguiente: «Encontrar palabras —del tipo “chapotear”, “estampido” o “crujir”, por ejemplo— que evoquen sonidos es menos frecuente que en inglés. En otros momentos es difícil evitar varias palabras próximas que terminen en “ado” o “ía”, o combatir el exceso de tiempos verbales como “pasó”, “cogió”, “lloró”. Para la acción de caminar, por ejemplo, el español ofrece “anduvo” o “fue”, además de “caminó”. Pero para otros casos no hay manera. Por no hablar de los nefastos gerundios, o la guerra que un escritor debe librar contra las palabras terminadas en “mente”. O, al manejar diálogos rápidos, la necesidad molesta de repetir “él” “ella”: “ella dijo”, “él respondió”. Algunos momentos de la escritura son una lucha por dar variedad a ese tipo de recursos: “repuso”, “consideró”, “concluyó”, “expuso”, “resumió”, “objetó”, “admitió”, “apuntó” etc. Sin embargo, como se ve, la mayor parte acaba en “ó” acentuada; y eso obliga a una segunda búsqueda de expresiones complejas».

Me despido ya con esto, no sin antes incidir en la necesidad del escritor de crear un estilo propio y al mismo tiempo adecuado a aquello que esté escribiendo. Corregir un manuscrito es un acto que debe hacerse mirando múltiples facetas: claridad y ligereza en algunas escenas, grandeza y sentido épico en otras, la adecuación del lenguaje a los diferentes personajes, y al mismo tiempo, el uso adecuado de los vocablos, la ornamentación justa del texto, y un largo etcétera que configura, precisamente, el estilo de cada uno.

Ejército Tau, en 28 mm

Hoy no les traigo ninguna miniatura pintada por mis malas artes, sino la presentación de un trabajo que llevo entre manos. Hace ya un tiempo uno de los jugadores habituales de nuestra mesa rolera comenzó a coleccionar un ejército para Warhammer 40000. Y a pesar de ser una de las facciones menos pegadoras, eligió por su estética a los defensores del Bien Supremo, el Imperio Tau. Me comentó si quería pintárselo, y estuve muy gustoso de aceptar el encargo, sobre todo porque me daba mucha libertad de acción y todo el tiempo que quisiera.


Así que me puse manos a la obra. Sé lo justito del universo de WH40K, y bastante poco de los Tau, y lo primero era remediar eso para poder pintar en condiciones. Decidí que el ejército proviniera del planeta N'dras, el cual no estaba representado en el codex del ejército, y de cuyos habitantes, bastante escasos, se dice que son poco de fiar y de temperamento impaciente.

Habíamos decidido, por otra parte, que el ejército estuviera pintado en blanco y negro, como las tropas de Star Wars. Siguiendo la siguiente imagen, elegí que el color del planeta fuera el azul:


Por otra parte, los dos coincidíamos en que el ejército debería mostrar daños de batalla y suciedad, y como supuestamente el color del uniforme es más por camuflaje que por otra cosa, pensé que estaría bien algo parecido a lo siguiente:


Por supuesto, eso por lo que respecta a las tropas básicas y vehículos, luego los kroots, armaduras sombra y demás, permitirán añadir algo de variedad al asunto. Ya tengo algunas minis pintadas, pero se las mostraré otro día. Ojalá queden como algunas de las siguientes:




Diario de campaña 133: llegada a Nimaerga

Todo dispuesto
El pasado domingo nos reunimos de nuevo en torno a la mesa de juego, y continuamos la campaña allí donde había quedado. Los personajes que forman las Garras del Fénix debían atravesar el Paso de los Albos y llegar a la población de Nimaerga Opase, donde la caravana de la que forman parte pasará a estar compuesta de barcazas. Además, la recién rescatada Älquasil tiene allí un amigo encerrado en prisión, y desea acudir a la población para pagar su fianza.

Como tengo pensado contarles detalladamente cómo adapté las diversas aventuras, una vez terminemos de jugarlas, hoy les haré simplemente un resumen muy rápido.

En el largo camino por el Paso de los Albos los compañeros tuvieron un par de encuentros. En primer lugar, cerca de la ermita de Sitiobo que supone la primera parada en la ruta, se les apareció el fantasma de un albo, muy semejante en aspecto a Qiren. ¡Ayudadme! -decía- ¡Encontradme! Así que buscaron un cadáver por los alrededores y, efectivamente, allí estaba: un albo casi idéntico a Qiren, con la garganta cortada y una mano faltante, y vestido con un jubón que portaba como insignia un copo de nieve sobre un rombo negro, lo que identificaba al fallecido como miembro de los Caballeros de Lustal Intervencionista. {Que abogan por la alianza de Lustal con otras naciones en contra de las amenazas comunes, como el Imperio de Braer}.

Después de encargarse del cadáver y tras algunos días de marcha, encontraron un refugio de montaña en uno de los puntos más altos de la ruta. Ya estaba ocupado, sin embargo, por diez bandidos que simularon ir cada uno por su cuenta. Había diversas pistas que podían hacer que los jugadores se dieran cuenta de que pasaba algo raro, pero sólo detectaron la de menor importancia, y aunque escamados, lo único que pudieron hacer fue enviar un mensaje hacia Ainedostarken (usando la corneja adquirida por Iskandar) para que la guardia diera a esta gente una buena recepción al descender del Paso por la única ruta posible.

Charlando tras la comida
Finalmente, tras muchos días de marcha, el grupo llegó a su objetivo, Nimaerga Opase (que en ilderio quiere decir Refugio del albo). La sesión de juego estaba montada principalmente para lanzarles diversos ganchos, de tal forma que, en primer lugar pudieran elegir por dónde tirar {sensación de libertad} y en segundo la trama se enredara para complicarles un poco la vida. Así que mientras estaban cenando en la Posada de los Barqueros, fueron interrumpidos por Elga (quien junto a su esposo Gädorag regenta el local, y cuyo hermano Beroz, un cazador de la zona, ha aparecido muerto), por el viejo Bair (un duergo, buscador de oro, que ha visto extrañas luces en el bosque y ha encontrado unas piedras marcadas con sangre) y por Zoros Piebravo (un cábiro montaraz que se ha topado con una enorme huella de gigante, aunque no habitan gigantes en la región).

Además, dos miembros de los Caballeros de Lustal hicieron una señal a Qiren (pensando que era el hombre asesinado), pero al no ser respondidos adecuadamente entraron en una vivienda y no quisieron hablar con él. Más adelante (ya al día siguiente), el grupo notó que los estaban siguiendo entre las casas, y al volver tras sus pasos oyeron el vuelo de sendas flechas. Sólo encontraron a esas dos mismas personas, muertas. Al acudir hacia la casa en la que habían entrado, únicamente para descubrir que la puerta estaba abierta, y que alguien había montado un pequeño incendio en su interior.

Por si fuera poco, el amigo de Älquasil no está encerrado en el pueblo. Aunque Elga recuerda al muchacho, y lo vio con algunos miembros de los Caballeros de Lustal. El cadáver en el Paso de los Albos, los dos asesinados casi delante de sus ojos y el chico desaparecido; todo parece compartir la misma trama, pero, ¿qué hay detrás?

Derecho a reseñar

Hace unos días, paseando por el centro con mi amigo Juan, entremezclando retazos de conversaciones como solemos hacer, me dijo: Oye, ¿quién te crees que eres para meterte con la obra de un autor reconocido?

Yo ya sabía el motivo que le llevaba a soltarme aquello, claro. Juanito es un tipo de ésos que lee todo lo que caiga en sus manos, desde un manual político hasta el prospecto de las pastillas de su abuelo. Mas, como cualquier mortal, tiene sus preferencias y sus debilidades. Y días atrás yo había reseñado una saga de su autor favorito.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue recordarle que no en vano había estudiado una filología, incluyendo asignaturas de crítica literaria. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que, en realidad, lo que me hace reseñar una novela no es lo que he estudiado, sino, simplemente, lo que he leído. Así que respondí a su pregunta: Pues un lector.

Joanet me miró extrañado, y yo traté de explicarme. Pero claro, una conversación es cosa de dos, y cuando hay opiniones contrapuestas uno no puede decir todo lo que quiere, y de la forma que quiere. Luego, horas después, llegan a la mente buenas frases que hubiera estado bien pronunciar. Así que por eso hago esta entrada.

Creo firmemente que cualquier persona puede opinar de cualquier tema, incluso sin tener ni idea del mismo. Por supuesto que en ocasiones las opiniones vertidas no serán veraces, o estarán teñidas por creencias o visiones divergentes, pero mientras el opinante lo haga con respeto, y no trate de sentar cátedra ni pretenda hacer ver que lo opinado es una verdad incuestionable, todo vale.

Los ejemplos son múltiples, y ni siquiera me refiero a que cada cual tenga sus preferencias y sus gustos. No hace falta estudiar solfeo para notar que una banda de rock está tocando a destiempo. Ni es necesario dar clases de escultura para ver que una figura no es simétrica. Ni, tampoco, saber escribir para comprobar que un personaje de una novela cambia su modo de actuar bruscamente y sin explicación, o que la obra es una suma de momentos de acción que no cuentan nada. Y eso, como digo, sin entrar en los gustos personales de cada uno.

Reseñar un libro o una serie de libros supone, fundamentalmente, dar una opinión. Y ésta puede estar basada en tus conocimientos, en tu experiencia con otras obras semejantes, o simplemente en lo que te ha hecho pensar o sentir. Yo, por mi parte, intento equilibrar siempre la cal y la arena: incluso en las novelas que me han agradado en extremo trato de sacar defectos, y busco aciertos en aquéllas que denuesto.

Así que, Juanillo, la razón que me lleva a reseñar es que es parte de mis derechos como lector.

SL-CV 116: Sot de Ferrer - Navajo León


Esta mañana nos hemos dado una vueltecita siguiendo un sendero facilón, muy bien señalizado, y por si fuera poco de muy fácil acceso. Es una ruta circular que únicamente acumula unos 150 metros de ascenso. Tiene algo menos de 5'5 km, que pueden recorrerse en poco más de una hora. Pueden encontrar bastante información de la ruta por internet, como por ejemplo en wikiloc.

El CV-116 es relativamente nuevo, por lo que abundan los postes de señalización y las marcas aún son muy visibles. Además, hay paneles informativos en los puntos más interesantes a los que se aproxima esta ruta, que en cierto modo constituye un paseo por el pasado inmediato de esta población, reflejo de muchas otras en tierras valencianas.

La ruta comienza en Sot de Ferrer, una población de fácil acceso gracias a la Autovía Mudéjar. Dignos de una visita son la enorme iglesia parroquial, la antigua casa del señor y el puente milenario que se alza junto al que actualmente está en uso. El inicio del sendero se sitúa a los pies del calvario, cuyas paredes blanqueadas son visibles a gran distancia y lo convierten en un hito inconfundible de Sot de Ferrer.

Así que aparcamos en la parte alta del pueblo, rodeados de casas de dos o tres pisos, y ascendemos por el Via Crucis hasta alcanzar la ermita de San Antonio de Padua. Desde allí, panorámica del pueblo y del río Palancia. El propio sendero conduce a dos puntos interesantes: el horno de cal o calera de San Antonio, y un enorme aljibe llamado Navajo León. Sin embargo, aún más importantes son las estupendas vistas de los alrededores.

Esta ruta puede hacerse con mascotas o con niños, incluso llevando carrito, pues no hay grandes desniveles (únicamente en un punto, y sólo si se desea visitar la calera). El sendero está bastante despejado, pero puede encontrarse en ambos lados una frondosa sombra donde realizar una paradita agradable. Además, el día puede alargarse tomando otras rutas, como la que lleva a Soneja o a las proximidades de la Sierra de Espadán.

Una de las bonitas viviendas de Sot de Ferrer
Parte de las vistas desde la ermita
Otra vista, con uno de los lados de las etapas del Via Crucis

Ya de regreso, vista de los cultivos escalonados


Guardianes del Trono Zafíreo, en 25 mm

Había pensado representar el cuerpo de guardia más próximo a la familia imperial de Zalisdonia, también conocidos como Guardianes Grises, usando las miniaturas de los orientales de Tierra Media, perpetrados por Games Workshop. Tengo seis catafractos, una pequeña unidad de figuras de plástico y el grupo de mando compuesto por capitán y portaestandarte, de tal manera que pueden constituir un pequeño ejército para mi mesa de juego.

Por supuesto, como siempre, he decidido personalizar las figuras, y lo primero que hice fue eliminar esa especie de cuernos o antenas colocadas sobre el casco, que no podrían tener otra utilidad más que perder dinero (por el acero invertido tontamente) y hacer a las tropas más visibles en caso de subterfugio. Espero poder usar esos pedacitos de plástico en algún edificio o algo así. Por otra parte, el pintado de las minis venía definido por el nombre que adquieren: el gris del metal y el azul de la prenda principal de ropa.

Únicamente tengo pintados (de momento) una figura básica, en la que comprobé el esquema de color, y el capitán, al que añadí algunas zonas de metales dorados. Probablemente, también el portaestandarte y los catafractos lleven zonas doradas, aunque no tan numerosas. Al capitán, además, lo situé sobre una peana ligeramente más alta y lo personalicé añadiéndole una larga capa (creo que de los Altos Elfos, aunque no estoy seguro) que pinté con el mismo azul pero añadiendo un poco de pigmento metálico, para crear un aspecto más sedoso (el flash de la cámara hace que brille demasiado).





Reseña: Onmagiër

W. J. Maryson es el pseudónimo de Wim Stolk, holandés nacido en 1950 que comenzó su carrera artística pintando retratos y paisajes de fantasía. Antes había ocupado un puesto gubernamental, y más adelante creó una agencia de publicidad. En 1995 publicó una novela de fantasía llamada Mago Maestro - la primera espada: Sperling, primera de una serie de seis (Meestermagiër) que no ha sido publicada en castellano. En 1996 creó una banda de rock sinfónico, Maryson, cuyos temas se centraban justamente en los tomos de esta serie de novelas; publicaron dos álbumes, correspondientes a los dos primeros libros. En 2002 se publicó la primera novela de Onmagiër, nueva serie de novelas (esta vez la seguirían sólo dos, publicadas en años sucesivos) que sería traducida al inglés en 2010. Después de escribir otras dos novelas pertenecientes a una nueva serie (De Grote Legende), Stolk/Maryson murió en 2011.

La traducción española de Onmagiër llega a partir de la inglesa. En esa versión se ha traducido como Unmage, lo que es muy lógico. Me resisto a usar, por tanto, el nombre de El No Mago, que es el que se le ha dado en castellano, porque me sería mucho más fácil entender El Inmago, creando así el neologismo específico que merece.

El primer libro de Onmagiër, llamado Las torres de Romander, logra transmitir la existencia de un mundo completo. El parecido con Terramar, el universo ficticio creado por Ursula K. Le Guin es obvio, no sólo en el mapa que acompaña a las historias, o en su argumento basado en la existencia de algo intangible que va destruyendo el mundo, con su punto de mira situado, precisamente, en los usuarios de magia, sino también en cosas menos evidentes como el título de algunos capítulos (como La costa más lejana) o la importancia de los nombres de los personajes. Por supuesto, que un personaje nazca sin magia en un lugar donde todo el mundo la tiene en mayor o menor medida (la isla de Loh), también recuerda a La espada de Joram, pero en este caso ahí acaba el parecido.

Las torres de Romander, decía, logra mostrar un mundo completo, con cierta profundidad. Por ejemplo, con la descripción del tipo de duelo llevado a cabo en la isla de Quym y un par de pinceladas más, uno ya sabe cómo son sus gentes. La lectura se hace muy rápida gracias a los cortos capítulos que conforman la novela, aunque la pega es que suceden pocas cosas: la narración salta diversas veces entre los personajes para mostrarnos la situación previa de todos ellos y al que claramente es su personaje principal lo tenemos en escena mucho menos de lo que nos gustaría. Además, la cantidad de información proporcionada por sus compañeros se nos da a cuentagotas, pero de una forma un tanto brusca: un personaje empieza a explicar algo de su pasado, o referente a lo que buscan, y de repente se interrumpe, dejando al lector con la miel en los labios. Eso sí, las descripciones son muy plásticas, casi pictóricas, y el manejo de los colores para representar sensaciones es digna del trasfondo de su autor.

La segunda novela, Los abismos de Lan-Gyt, sigue la línea de la anterior, aunque se agravan algunos defectos. Las transiciones entre capítulos no están demasiado bien tratadas, y la aparición del que parecía personaje central se va reduciendo cada vez más. La historia se centra en desarrollar otros aspectos mucho más lentos, como la traición de un Alto Myster o las disputas en torno al trono de Romander. Por si fuera poco, los momentos «oníricos», en los que uno de los personajes vive una experiencia mágica o paranormal, se van ampliando excesivamente, haciendo que la historia sea más lenta, flojeando allí donde la anterior brillaba.

La tercera historia, El señor de las profundidades, no hace más que agravar estos problemas: multitud de momentos de ensoñación y aparición de personajes y escenas que no tienen ninguna importancia en el desarrollo de la historia (¿qué importa quién tenga el control de Romander, si lo que está en juego es la existencia misma del mundo?). Además, los pequeños textos que se situaban al inicio de cada capítulo, con citas o fragmentos de libros propios de la ambientación, se alargan hasta mostrar historias por sí mismas, lo cual queda un pelín raro, cuanto menos.

Resumiendo: una historia que, sin ser excesivamente original en su planteamiento, es tratada con muy buenas manos en un primer libro brillante por su ligereza. Pero todo queda en agua de borrajas con un final de serie lento y aburrido.