Hoy les traigo una novela ambientada en Dragonlance. Concretamente es una mirada a los primeros años de Vinas Solamnus, el fundador, entre otras cosas, de los famosos Caballeros de Solamnia. Pensaba que la novela se centraría precisamente en este hecho, pero me equivocaba totalmente.
Pero empecemos por el principio: ¿quién es J. Robert King?
Amante de la literatura fantástica desde niño, en su trabajo como editor acabó recalando en TSR. En dicha compañía pasó varios años, ocupando un puesto en el equipo de diseño, mientras al mismo tiempo realizaba algunas aportaciones para algunas revistas. Siguiendo con sus tareas para TSR, también escribió algunos relatos y, ya en 1992/3, sus dos primeras novelas, ambientadas en el universo de Ravenloft. A éstas las siguieron otras dos novelas para First Quest (1995), una trilogía para Planescape (1996-97), la novela que hoy nos ocupa, diversos relatos y tres novelas pertenecientes a una larga serie de Reinos Olvidados (1998), y por último ocho novelas y algunos relatos para Magic: The Gathering (1999-2003). Como vemos un autor de franquicia que ha ido, como abejita trabajadora, saltando de ambientación en ambientación. De su propia mano (más o menos), tenemos una trilogía de corte artúrico (Mad Merlin, 2000-03), una comedia negra (Suicidals Anonymous, 2006), un pastiche sobre Sherlock Holmes (Shadow of Reichenbach Falls, 2008) y un par de lo que el autor llama suspense metafísico (The Angel of Death in Chicago y Deaths's Disciples, 2009-10). En 2011 retornó al franquiciado con una novela para Guild Wars. Al menos 27 novelas en dos décadas, ahí es nada.
Centrándonos en Vinas Solamnus, el primer caballero, nos encontramos con una novela no demasiado larga (unas 300 páginas) que parece no estar adecuadamente desarrollada. Toda la primera parte transcurre en sucesivos saltos adelante, algunos de varios años, lo que difícilmente hace que el lector pueda sentir empatía por el personaje principal. Al comienzo es un joven impetuoso con ganas de participar en las batallas contra los ogros que amenazan su nación; luego, como comandante de una tropa, acaba participando en una pequeña rebelión (ya que no está de acuerdo con la opresión sufrida por el pueblo a manos de los militares) y finalmente pasa a ser un clérigo de cierta importancia (este cargo y el anterior, gracias a que su padre es prácticamente la mano derecha del emperador de Ergoth, donde transcurre toda la historia).
Esto transcurre en una cincuentena de páginas, y tampoco es mi intención resumir todo el libro. Baste decir que Vinas pasa a ocupar el puesto de su padre (y, por tanto, apoyar al emperador y su necesaria opresión), y tiempo después es enviado a sofocar una rebelión en Vingaard. Como no accede a caer bajo la seductora pasión de la joven esposa del emperador, ésta se convierte en enemiga suya y pasa a poner en serios aprietos su avance hasta la fortaleza rebelde. Con la rebelión ya sofocada (a pesar de las muchas veces en que Vinas parece querer contravenir las órdenes), el personaje pasa a ocupar el puesto de líder rebelde, y entonces se lanza a la conquista del resto de Ergoth, incluyendo su capital.
Los fallos principales de todo este segundo tramo, escrito básicamente como una sucesión de luchas y escaramuzas, son dos. En primer lugar, unos enemigos que son en todo malos de cuento de hadas (el emperador malvado, la dama despechada, etc) sin una motivación verosímil. Y por otro lado unos aliados que sólo siguen las decisiones de Vinas, se encuentre éste a un lado de la lucha como al otro: la amiga de la infancia (por supuesto, enamorada del héroe), el viejo y experimentado guerrero, o el clérigo buenazo, todos actúan por y para Vinas, sin cuestionárselo. Por cierto, que lo mismo sucede con las tropas, que se pasan de bando casi sin dudas, y los rebeldes de Vingaard, que cambian de líder como de chaqueta. Podríamos pensar que es por las dotes de liderazgo de Vinas o por su buen hacer retórico. Pero es que esto no es así; aparecen un par de discursos, pero son tan vacíos como el personaje, y las impresiones que causan a los soldados ni siquiera están representadas.
Así pues, si a una trama excesivamente lineal le añadimos unos personajes sosos, tendremos algo que sin llegar a ser un bodrio, roza el límite. El libro está bien escrito y se deja leer con facilidad, aunque las luchas son un tanto farragosas, pero no es una buena lectura. Y por si fuera poco, el nacimiento de las órdenes de caballería solámnica aparece como un simple pensamiento en la mente del personaje, ya en el epílogo de la historia.
Esto transcurre en una cincuentena de páginas, y tampoco es mi intención resumir todo el libro. Baste decir que Vinas pasa a ocupar el puesto de su padre (y, por tanto, apoyar al emperador y su necesaria opresión), y tiempo después es enviado a sofocar una rebelión en Vingaard. Como no accede a caer bajo la seductora pasión de la joven esposa del emperador, ésta se convierte en enemiga suya y pasa a poner en serios aprietos su avance hasta la fortaleza rebelde. Con la rebelión ya sofocada (a pesar de las muchas veces en que Vinas parece querer contravenir las órdenes), el personaje pasa a ocupar el puesto de líder rebelde, y entonces se lanza a la conquista del resto de Ergoth, incluyendo su capital.
Los fallos principales de todo este segundo tramo, escrito básicamente como una sucesión de luchas y escaramuzas, son dos. En primer lugar, unos enemigos que son en todo malos de cuento de hadas (el emperador malvado, la dama despechada, etc) sin una motivación verosímil. Y por otro lado unos aliados que sólo siguen las decisiones de Vinas, se encuentre éste a un lado de la lucha como al otro: la amiga de la infancia (por supuesto, enamorada del héroe), el viejo y experimentado guerrero, o el clérigo buenazo, todos actúan por y para Vinas, sin cuestionárselo. Por cierto, que lo mismo sucede con las tropas, que se pasan de bando casi sin dudas, y los rebeldes de Vingaard, que cambian de líder como de chaqueta. Podríamos pensar que es por las dotes de liderazgo de Vinas o por su buen hacer retórico. Pero es que esto no es así; aparecen un par de discursos, pero son tan vacíos como el personaje, y las impresiones que causan a los soldados ni siquiera están representadas.
Así pues, si a una trama excesivamente lineal le añadimos unos personajes sosos, tendremos algo que sin llegar a ser un bodrio, roza el límite. El libro está bien escrito y se deja leer con facilidad, aunque las luchas son un tanto farragosas, pero no es una buena lectura. Y por si fuera poco, el nacimiento de las órdenes de caballería solámnica aparece como un simple pensamiento en la mente del personaje, ya en el epílogo de la historia.
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