–Para ser de Iginia, conoce bien mi ciudad, maese Arsëfanes… Arsen –se corrigió Tito con celeridad al sufrir la mirada de su patrón.
–Nací en Iginia, en efecto, pero viví algún tiempo en Antagis, durante mi infancia.
–Eso explica también que hable como uno de nosotros. Los de Iginia tienen un acento raro, y ni siquiera saben pronunciar el nombre de nuestra ciudad. O el de la suya, ya que estamos. Quiero decir –se rehízo el jovencito–, los de Iginia salvo usted, claro.
La sonrisa del patrón bastó para dejar claro que no había ofensa posible en las palabras de Tito. Pero la mueca quedó congelada en sus finos labios, y la mirada se paseaba, soñadora, por la fachada situada al otro lado de la calle. Quizá, supuso el antiguo mensajero, su patrón sentía añoranza por los años de juventud vividos en Antagis.
Cuando Tito ya pensaba que la conversación había muerto, Arsen volvió a hablar:
–Dado que Iginia es la sede del culto panalano, es posible que sean los habitantes de Antagis los que hablemos raro.
–Claro, y somos nosotros los que no sabemos pronunciar el nombre de nuestra ciudad…
El patrón soltó una carcajada que pareció sincera, aunque el hecho de que se tapara la boca con el dorso de la mano le restó autenticidad. Un gesto, en opinión de Tito, entre afectado y sugerente.
–Bueno, en las otras ciudades alanas se pronuncia como en Iginia. No se trata de pronunciar bien o mal, creo yo, sino de hablar de una forma particular. ¿No dicen en Antagis que la ciudad nunca cayó ante las invasiones de otros pueblos, y que sus gentes descienden de aquellas originarias de la región? Quizá eso afectara al desarrollo de la lengua en algún tiempo remoto.
–Entonces –interrumpió Tito–, eso confirma que somos nosotros los que hablamos como corresponde.
–En cualquier caso, pronunciamos Antajis –insistió Arsen, y forzó para ello la pronunciación antaguisí–, y lo mismo en Ijinia. Y sin embargo decimos Agros y… no sé… el nombre Genadio, por ejemplo. En otras ciudades son más consecuentes y pronuncian siempre el mismo sonido ante la misma grafía. La misma letra –añadió, al ver la mueca torcida que puso Tito.
El mozuelo se encogió de hombros.
–Ya sabe que nada sé yo de letras –dijo.
–¿Como que yo sé que tú…? ¿Quieres decir que no sabes leer?
–Por supuesto que no –insistió Tito, casi ofendido de que aquello fuera puesto en duda–. Si supiera, no hubiera podido formar parte de la Compañía Recadera. Es requisito indispensable.
–Como dijiste que ocupabas el puesto que había dejado tu padre al morir, pensé que se habría hecho una excepción contigo… Pero entonces, las compras que te he mandado hacer…
–La primera vez fui mostrando la lista que hizo usted hasta que di con uno que sí conocía las letras. Desde entonces le compró siempre a él. Y si no tiene de algo, me dice lo que es y entonces lo voy a buscar a otra parte.
–Pues ya no trabajas de recadero, muchacho, y yo necesitaré en algún momento que tengas ese conocimiento. Tendré que ocuparme de que aprendas.
Antagis se escribe con GIIII.
ResponderEliminarJajaja, cierto, cierto.
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