Fragmento: A Siras, un soneto


Hace ya algunas semanas que ando metido en una nueva historia situada en Lüreon. Ya les iré avanzando más detalles, porque mi intención es hacerles partícipes de su desarrollo, incorporando al blog algunos fragmentos, o bien comentando detalles sobre la escritura de esta novela en particular, o de cualquier obra en general. Hoy les traigo el primer fragmento que escribí; el cual, cosa extraña en mí, tiene forma versificada.

Algunos ya se habrán dado cuenta de que la inspiración en ocasiones puede ser... algo caótica. Muchas veces, cuando paseo con Syrio, o en los viajes en coche (incluso en los trayectos cortos), en mi mente se forjan escenas y diálogos. No sé muy bien por qué motivo, durante el proceso de estructuración de esta obra, volvía una y otra vez a estos versos (sobre todo a la parte de los tercetos), que bailaban en mi cabeza como pájaros buscando alimento. Así pues, decidí ponerlos por escrito.

Aunque sé algunas de las escenas que deben ir antes y después de este breve fragmento, todavía ignoro su lugar final en la novela. Poco antes, ha ocurrido una batalla, y uno de los personajes principales ha perdido a su amado caballo. Un miembro del grupo, el famoso aedo Fëredil, medio improvisa unos versos para relajar un poco los nervios.

En cuanto a su creación, he logrado cuadrar los endecasílabos, aunque he dejado de lado la rima consonante y he ignorado por completo el ritmo (y por eso al pronunciarlo me suena mejor *hócico que hocico: licencia poética). El estrambote es una suerte de coda final que se añade a veces a un soneto y toma la forma de tres versos, heptasílabo el primero (rimando con el último del soneto), y un pareado de endecasílabos. El término vate (adivino || poeta) se usa con toda la intención.

Les dejo ya con la escena. Espero que tengan la bondad de contarme qué les parece.


     El bardo rasgueó las cuerdas, y tras aclararse la voz recitó:

     –Agudos sentidos siempre en sazón,
menudillo firme y hocico corto.
Rápido como hijo del viento, un don
fue verte. Dócil, sin ánimo torvo.
     Ni ruano ni castaño ni ratón
ni overo ni palomino ni tordo
sino negro cual la pez o el carbón,
en crines abundante y cuello gordo.
     Ínclito asiento sobre el que asistía
el noble landerio al baile de espadas.
No te salvaron las dignas hechuras:
     el frío barro te apagó la vida
quedaste junto a las lanzas quebradas.
¡Oh, la amadísima y sin par montura!
     Tu recuerdo perdura.
Ácidas caen las lágrimas negras
como al recuerdo de una mala suegra.

     –¡Fëredil!

     –Muy largo lo fiáis –sentenció, animoso, Avner.

     –Estrambote llevaba –respondió el vate–, mas estoy por quitarlo. Versos que se perderán como aquéllas que en ellos aparecen. Se los llevará el viento o la lluvia, y nada quedará de mi voz salvo un recuerdo doloroso, de tiempos mejores que no volverán.

     Proféticas palabras que cayeron como una losa entre los jinetes, dejando sólo el silencio y el trapaleo de los solípedos corceles.

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