Reseña: La Reina del Sur

Tras La carta esférica (2000), en ese mismo año Alfaguara le publicaba a Pérez-Reverte el cuarto libro de la serie de Alatriste, y al año siguiente Con ánimo de ofender, el segundo de sus libros dedicados a la recopilación de artículos de prensa. Ya hablaremos de esos dos más adelante, y pasamos a su siguiente novela, La Reina del Sur, que vio la luz en 2002.

Esta obra cuenta, en medio millar de páginas, la historia de Teresa Mendoza, desde su huida de México para salvar la vida, y a lo largo de toda su escalada en el negocio del contrabando de drogas. La narración se hace desde dos puntos de vista: el de la propia protagonista, y el de una suerte de novelista (podríamos decir que es un alter ego del autor) del que nunca sabemos su nombre. Este último va citándose con diferentes personajes secundarios de la vida de Mendoza o entrevistando a diversas autoridades con el fin de averiguar las partes ocultas de la vida de la llamada «Reina del Sur» y poder escribir una historia sobre ella.

Pero la novela cuenta más cosas. O cuenta eso mismo, pero salpicada con muchos detalles que dan al personaje una psicología singular, empezando por su código de honor (podríamos decir que «personalizado») y pasando por verse a sí misma como a otra persona diferente, o más bien como muchas personas diferentes a lo largo de su vida. La propia protagonista resume su ansiedad vital: «Nunca pude elegir -dijo en voz alta-. Nunca. Vino y le hice frente. Punto». Y poco después completa: «Tampoco yo sé adónde voy». Y algunas páginas más adelante: «Porque yo nunca elegí, y la letra me la escribieron todo el tiempo otros».

Uno de los rasgos de la novela es la fuerte caracterización lingüística de los personajes, y sobre todo en el caso del mexicano, que tiene un gran peso a lo largo del texto: vocablos, expresiones y giros, o variaciones semánticas, son usadas con profusión, y uno casi puede oír el acento de los diálogos. Otro rasgo viene del uso de canciones y libros: Por un lado, los «corridos», que le traen a Mendoza la nostalgia de su tierra y cuyas letras dan título a los diecisiete capítulos que componen la novela. Corridos que además se encuentran en la génesis de la obra y de los que, justamente, se ha escrito uno en honor de la novela. Por el otro lado, la lectura, hábito que la protagonista adquiere en prisión, y es la tabla de salvación que la lleva a medrar en su vida. Como no podía ser menos si hablamos de Pérez-Reverte, la referencia más palpable es la de Dumas, en concreto la de El Conde de Montecristo encerrado en el castillo de If. Y hablando de referencias, no he encontrado ninguna a ese universo particular que componen las novelas del autor, con la excepción de un cuadro del Antilla batallando en Trafalgar (y eso que todavía faltaban dos años para que se publicara Cabo Trafalgar, la novela donde aparecería ese inexistente barco), y obtenido por mediación de la famosa agencia de subastas.

El lenguaje de la novela es bronco y duro, reflejando el ambiente en el que se mueven los personajes. Contiene numerosos diálogos, pero muchos de ellos están integrados en párrafos, sin marcarlos gráficamente, simulando en cierta forma el discurrir del pensamiento. Es un paso más en la evolución que ya veíamos con La carta esférica, donde los escasos diálogos se enmarcaban entre largas digresiones interiores. Pero si aquel estilo reducía la cadencia de la lectura, éste consigue acelerar el ritmo a pesar de la casi total ausencia de acción.

Por ponerle una pega, diría que su final no pega bien con la narración. Tampoco voy a desvelar nada si les digo que desde la primera página hay un cierto regusto a tragedia y, entendiendo los términos en su sentido clásico, la obra es una comedia. En mi opinión la historia se ve desmerecida tal y como acaba.

Existe una adaptación de La Reina del Sur, en una serie (¿telenovela?) de 63 episodios. No la he visto, pero el propio Pérez-Reverte ha comentado que no le gusta cómo la han llevado a cabo.