Diario Salvaje 10 y 11: de Durbûdna a Lebreles


Éstas fueron dos sesiones muy diferentes por el tipo de aventura, y si las pongo en una misma entrada es sólo por la brevedad de la primera.

En ella, el grupo de héroes debía finalizar la liberación de Durbûdna. Eliminado el mago en la anterior partida, el barón Drelo dejaba de ser una amenaza. Sin embargo, un gigante les esperaba en el patio de armas de la fortaleza, y un grupo de trasnos intentaba mantener la presión sobre los aldeanos. Idriel usó su magia dracónica para «convencer» al gigante de que se marchara con viento fresco. Luego vino un combate, que estaba preparado para no representar una excesiva amenaza. Empero, la mala suerte en las tiradas de los jugadores hizo que se alargara de forma excesiva, y aunque no lo pasaron demasiado mal, la escena se llevó la mayor parte de la sesión.

En la siguiente partida, el grupo decidió usar el par de días que quedaban hasta la siguiente sesión del Consejo de Këlmaran para explorar la zona al oeste de las colinas donde se asienta la Ermita de Kärantel (aquélla que los PJ tomaron en su primera misión de esta subcampaña). Y así fue como llegaron a Lebreles, un pequeño conjunto de casas cuyos habitantes se consideran muy civilizados. Tan civilizados como para hacer un juicio a la Bestia que los ha estado acosando durante años. Todo el mundo sabe que la criatura será quemada, claro, pero eso no quita la necesidad de guardar las formas.

Sin quererlo ni beberlo nos habíamos metido de lleno en Trial of the Beast, la segunda entrega de la campaña Carrion Crown. Los aventureros llegan a Lepidstadt porque deben realizar un último recado a un amigo fallecido, y en mi caso había preparado que la juez Darama (Daramid en la aventura) enviara un mensaje a Almäa pidiéndole unos «investigadores» parciales. Como ven, no hizo falta. Los propios jugadores se interesaron enseguida por el caso.

Un ambiente casi festivo da la bienvenida a los Cayados, que comienzan por preguntar por qué hay una enorme pira en el centro de la plaza. Un aldeano les indica que si quieren saber más, y por ventura obtener permiso para ver a la criatura, deben visitar a la juez Darama, en el Salón del Consejo. Ésta solicita su asistencia, pues cree que en realidad la Bestia no es culpable de todo lo que se la acusa. Ha oído rumores que retratan a la criatura como bondadosa, y sabe que la imaginación del pueblo a veces es demasiado fértil. Los aventureros aceptan (tras realizar una visita a la prisión y comprobar que la rabia y agresividad de la Bestia es sólo miedo e incomprensión), y la juez les entrega información sobre los crímenes concretos que van a ser juzgados: la lista de lugares donde ocurrieron los hechos y los testigos implicados en el proceso.

Si ya me parecía excesivo el tema de que hubiera un juicio en estas Tierras Salvajes, me sobraba la enorme lista de PNJ del mismo (abogado y fiscal, diferentes jueces y magistrados), así que dejé a la juez como PNJ único. Por otra parte, reduje el tamaño de Lepidstadt a una pequeñísima Lebreles, y las diferentes ubicaciones de los tres crímenes, que eran otras tantas poblaciones, las transformé también en lugares pequeños: la arruinada granja de los Mora al sur, una cantera abandonada al norte y un sanatorio al oeste. La universidad donde se capturó a la Bestia finalmente, fue reducida a un simple museo de curiosidades que los leporidesanos conocen como «el Lugar».

La investigación de los PJ comenzó por este último sitio. El guardia (un simple vigilante cuyo puesto va rotando entre los habitantes de Lebreles) les contó que habían capturado a la criatura sorprendiéndola con una figurilla en las manos. La Bestia parecía dócil, y dejó que la condujeran a la prisión y que la encadenaran. Sólo más tarde pareció despertar y enfurecerse. La figurilla enseguida atrajo la atención de los Cayados, que se sorprendieron al encontrar en ella todos los ornamentos típicos de las deidades marítimas. Notaron que en su interior «bailaba» de forma muy ligera otro objeto diferente. Olië, la maga del grupo, no lo dudó: rompió la figurilla contra el suelo (para después rehacerla con su poder sobre el elemento telúrico) y encontró así una vasija demoníaca, igual a las dos que los aventureros habían hallado en Këlmaran y Durbûdna. Parecía claro que alguien había manipulado a la Bestia para que se hiciera con el artefacto, pero quién y cómo, era todo un misterio.

Aún más implicados si cabe, los Cayados acudieron a las calcinadas ruinas del Sanatorio. La población acusa a la Bestia de haber incendiado el lugar, asesinando así al doctor Brada y sus dos enfermeros, junto a doce pacientes. El desolado lugar parece ofrecer pocas pistas, hasta que la suerte les descubre una pequeña habitación subterránea, donde encuentran una especie de lámpara formada por trece cráneos (doce de ellos deformes) y los restos de un pequeño vial donde todavía puede leerse la leyenda «Químicas Vorkstag y Grin». Luego visitan al testigo: el antiguo jardinero del Sanatorio, quien nunca tuvo acceso al interior y poco vio en realidad. Aunque sí les contó que los dos enfermeros eran quienes traían a los pacientes, y siempre de noche. Estas pesquisas les llevaron a creer que el doctor y los dos enfermeros (o sólo estos últimos) realizaban oscuras investigaciones, y que, de hecho, estos dos últimos (posiblemente Vorkstag y Grin) siguen vivos.

Con esto terminaba la sesión, aunque a los PJ aún les queda visitar un par de lugares. En Trial of the Beast la investigación está algo más encarrilada: aunque hay una aparente libertad de acción, el juicio tiene lugar en tres días consecutivos, y en cada uno se trata uno de los crímenes. Yo preferí dejar todo para un mismo juicio, que tendrá lugar justo al día siguiente de la llegada de los PJ a Lebreles. Eso hace que deban centrarse en la investigación, y además aumenta las probabilidades de que haya alguna escena nocturna.