Reseña: La tabla de Flandes

Con su tercera novela, Pérez-Reverte firmó con Alfaguara, editorial con la que ha seguido trabajando en la mayoría de sus obras posteriores. Este hecho refleja el éxito cosechado por esta novela, que comenzaba a dar mayor fama a su autor.
 
Publicada en 1990 (dos años después de El maestro de esgrima), la obra vuelve a ser muy distinta a sus anteriores novelas. La tabla de Flandes se centra en Julia, una restauradora de arte que recibe un encargo especial: restaurar La partida de ajedrez, obra de Van Huys, un pintor flamenco del XV. La fuerza del relato es tal que muchos lectores han creído que obra y autor son reales (idea reforzada por las portadas de algunas ediciones).

Al descubrir una inscripción oculta en el cuadro, la inocente protagonista debe solicitar la ayuda de algunas personas para resolver la partida de ajedrez que los personajes pintados parecen tener a medias. Pero al mismo tiempo, comienzan a sucederse los asesinatos, relacionados también con el cuadro.

Sobre esta trama policíaca, cuyo misterio se resuelve mediante el ajedrez, don Arturo sitúa algunas escenas centradas en los personajes del cuadro. Estas partes 'históricas' son las más líricas de la novela, conteniendo fuertes sentimientos de un triste tempus fugit sobre el amor perdido. Pero no sólo en ellas aparece esa sensación, sino también en otros personajes de la trama actual, como el envejecido Belmonte (vendedor del cuadro), César (amigo y padrino de Julia) o Menchu (la fresca amiga de Julia, cuyo contraste redunda en la misma idea de belleza perdida).

La única pega que le puedo poner a la obra es su larguísimo final, donde en 30 páginas (casi un 10% del total) se nos explica paso a paso lo que hizo el asesino, dejando un por qué un tanto deslavazado.

La otra parte negativa es la adaptación de Jim McBride, una producción estadounidense de 1994 cuyo único acierto es la presencia de una jovencísima Kate Beckinsale (sí, la de Van Helsing y Underworld, aunque sorprende que a los 21 esté de peor ver que ahora, a los 38). Aunque una adaptación no es una copia, y así se entiende que dos personajes del libro se hayan reunido en un mismo personaje de la película, el film falla en el trasfondo histórico creado por Pérez-Reverte, y no transmite esa sensación de 'la vida se acaba'. Además, el que para mí es el mejor personaje de la obra (Muñoz, un oficinista cuarentón cuya única chispa vital se enciende frente a un tablero de ajedrez) ha sido sustituido en la pantalla por un joven que juega al ajedrez en el parque y lleva una horrible camisa hawaiana. Por si fuera poco, el tempo de la obra es desesperadamente lento. Resumiendo: lean el libro y olviden que hay peli sobre él.

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