Convencido, entonces, de que los ilderios formaban, en tiempos, una colonia del Reino de Arista (la más reciente, tras el este zalí, el sur senita y el norte arekés), procedo a investigar el asunto.
Pero, si la existencia de documentos escritos es nula (como ya vimos hace unos días), la única opción que nos queda son los documentos orales. En nuestro querido Lüreon tenemos la ventaja de convivir con especies muy longevas: duergos, albos y dragones. Teniendo en cuenta mi imposibilidad de abandonar mi querida Antagis, empecé a interesarme por los círculos sociales de las dos primeras razas.
Conseguí vencer con mayor facilidad la resistencia de los mercaderes duergos, consiguiéndoles algunos provechosos negocios con el gobierno local. Sin embargo, su memoria adquirida de las generaciones precedentes no alcanzaba tan lejos en el tiempo como para preocuparse por el nacimiento de un (no tan) pequeño reino humano.
Con los albos lo tuve un poco más difícil, y me costó mucho encontrar a la persona idónea. Me arrastré por los bajos fondos, y pasé también por las altas esferas, y, finalmente, casi vencido, me senté a la barra de mi taberna favorita. Allí, junto a mí, un albo me miraba fijamente, sonriendo como de una broma propia. Le invité a sentarse a una mesa, y, prácticamente sin preguntarle, comenzó a contarme.
Dijo llamarse Beldar, y pertenecer a un clan albo de los bosques de Arek, que había debido abandonar aquella triste nación tras el ataque de la Horda del Hacha Roja. Resultó que teníamos como común conocido al Fénix Azul, el nuevo Archimago de las Escuelas Mágicas.
Lo que me contó a continuación confirmó mis sospechas, y me deparó un par de nuevas sorpresas.
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¡¡ES UNA TRAMPA!!
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