Reseña: Crónicas de la Dragonlance


La trilogía que dio comienzo a una de las ambientaciones ludo-literarias más prolíficas nació de la mano de TSR, cuando decidieron reunir a un equipo creativo para lanzar al mercado una nueva franquicia para el juego estrella de la casa, D&D.

Al parecer, la estructura del mundo de Dragonlance, así como las primeras anotaciones sobre la campaña de juego, fueron obra de Tracy Hickman y su mujer, Laura. Hubo aportaciones de otras personas del equipo, y por ejemplo las descripciones de los personajes se inspiran en las obras creadas ex profeso por ilustradores que hoy ya son clásicos en el mundillo.

Los Hickman crearon también la idea para los dieciséis módulos que componían la campaña rolera original, y eso fue precisamente lo que la compañía quiso adaptar a una saga de novelas. Margaret Weis y el propio Tracy Hickman se ofrecieron a llevar a cabo el encargo (después de ver parte del trabajo realizado por otros escritores, contratados por TSR). Con la adición de los poemas creados por Michael Williams, nacían las Crónicas de la Dragonlance.

El resultado valió la pena, al menos en términos generales. Incluso a través del tamiz que conforma la traducción al español, se nota que el lenguaje está más cuidado, y dentro de la trama la acción pura está supeditada a los sentimientos y motivaciones de los personajes. No digo que el tándem Weis-Hickman pueda compararse con los grandes escritores (clásicos o de nuestra generación), pero su obra descolla por encima de las de muchos otros, particularmente dentro de las novelas y relatos de Dragonlance.

Sin embargo, que la trilogía naciera como adaptación de unos módulos de rol, se deja notar de forma negativa. Por ejemplo, lo que se consigue al final de la primera novela (los Discos de Mishakal) no sirve en realidad para el desarrollo de la trama en las posteriores entregas. Al mismo tiempo, un personaje que sólo aparece de forma breve acaba teniendo, por arte de birlibirloque, una importancia capital, después de un desarrollo casi nulo. Esto se debe a que la primera novela seguía, en efecto, los primeros cuatro módulos de rol, pero para escribir las otras los autores obtuvieron manga ancha. Reorientaron la trama, aderezaron las relaciones entre los personajes y añadieron nuevos asuntos. No fue mala cosa, pero deberían haberse planteado reescribir la primera entrega.

Por otro lado, la influencia de Tolkien es clara. Si bien es cierto que a principios de los ochenta, cuando se escribió Crónicas, el número de obras de fantasía era menor que en la actualidad, y muchos de esos títulos eran poco conocidos, el peso de El Señor de los Anillos resulta excesivo. Los propios autores lo admiten, por ejemplo como motivo de dividir la obra en tres partes, pero no sé si son conscientes de la profundidad que alcanza esa influencia. Ejemplos bastante obvios son el viaje por la oscuridad de las ruinas de Xak Tsaroth (¿a alguien le suena Moria?) y la Pesadilla de la que el rey Lorac debe ser despertado (que viene a ser como la enfermedad de Théoden, pero pasando de la mente del poseído a la realidad).

Con ocasión del veinticinco aniversario de la trilogía, se publicó una edición anotada. El que más interviene es Hickman, que llega a hacerse un poco pesado con su visión religiosa aplicada a Krynn y con los elementos de D&D que aparecen en la obra. Weis aparece en menos ocasiones, pero con algo más de miga sobre la estructura narrativa. Williams suele contar alguna anécdota cada vez que aparece uno de sus poemas. En términos generales, son entretenidas de leer, aunque debido a que se desvelan algunos elementos de la trama en unas cuantas ocasiones, los autores aconsejan ignorar las notas en una primera lectura.

El retorno de los dragones (Dragons of Autumn Twilight), la primera de las novelas, pone en marcha a los nueve compañeros que después serán llamados los Héroes de la Lanza. La guerra se cierne sobre el mundo de Krynn, con la aparición de unas criaturas cuya existencia era sólo un mito. Hoy puede resultar típico en su argumento y lineal en su desarrollo, pero ha inspirado a muchos lectores y jugadores de rol.

La tumba de Huma (Dragons of Winter Night) no sigue inmediatamente a la novela anterior. Hay un pequeño salto temporal, por lo que la acción comienza in media res (aunque creo que ese lapso está contado en uno de los últimos títulos de la ambientación, El mazo de Kharas). La trama gana en giros y desarrollo, y las motivaciones de los personajes, ahora mejor desarrollados, tienen mayor peso en la narración. Aún así, continúa el yugo rolero (o tal vez yugo heroico) ya que los personajes siguen realizando sus acciones de forma individual, frente al rebaño que conforma la masa anónima.

La Reina de la Oscuridad (Dragons of Spring Dawning) cierra la trilogía, y en mi opinión no es un gran broche. La narración se dilata, puesta en jaque por las diferentes personalidades de los protagonistas. La obra está demasiado separada de sus predecesoras, y nada de lo que los héroes han hecho hasta ahora ha significado gran cosa, habida cuenta del final, que se resuelve un poco a lo deus ex machina, pero al contrario.

A pesar de todos los puntos negativos, las considero de obligada lectura (si es que eso existe) para todos los amantes del género fantástico.

2 comentarios:

  1. Estas novelas son de esas que leí siendo adolescente, y prefiero no romper el buen recuerdo que tengo de ellas volviendo a leerlas ahora. Es verdad que, cuando uno se va dando cuenta, el tema mormón está muy presente, igual que Tolkien. Aunque eso creo que también tiene que ver con la intención con la que escribieron la campaña, intentando crear una épica al estilo de El Señor de los Anillos -con predominio de la historia prefijada por el autor-, en lugar de las aventuras tradicionales por aquel entonces, más basadas en localizaciones.

    En cualquier caso, por lo que he leído de Dragonlance, que tampoco es demasiado, concuerdo en que Weis y Hickman son los mejores autores de la franquicia.

    Un saludo.

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    1. Pues creo que esta trilogía sí puede leerse sin manchar ese recuerdo adolescente. Como digo, no son obras perfectas, pero sí lo bastante buenas como para entretener y, al mismo tiempo, aportar cierto mensaje sobre la amistad y la fe.
      Sobre esto último, no creo que a lo largo de las obras el tono religioso sea tan importante como la lectura de las notas puede dar a entender. Por eso mismo que las anotaciones de Hickman señalen de continuo la relación entre los hechos del libro y sus propias creencias resulta excesivo.

      Como siempre, gracias por el comentario, amigo Cronista. ¡Nos leemos!

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