Criticón: Las aventuras del capitán Alatriste


A estas alturas es innecesario presentar a Pérez-Reverte, o a su serie de novelas ambientadas en el siglo XVII. Las aventuras del capitán Alatriste reúnen características de la recreación histórica, con el rigor académico de su autor (como ya viéramos en obras como El maestro de esgrima o Cabo Trafalgar), con lo mejor de los personajes folletinescos (género que cuenta con la predilección del autor como es obvio por la lectura de El club Dumas, entre otros).

Ya han pasado unos años desde el estreno de la película que adaptaba esas novelas, dirigida por Díaz Yanes. Hubo en su momento algunas quejas sobre el reparto, aunque para mí lo peor fue observar que la película pasaba de largo sin detenerse en algunos hechos (no hay Limpieza de sangre, y lo poco que aparece de El sol de Breda está situado como prólogo), y sin embargo se extendía en territorio desconocido al incluir escenas que deberán aparecer (o no) en novelas todavía no publicadas. Y ya se sabe, «el que mucho abarca poco aprieta». Pero en la película, sea como fuere, se nota el presupuesto y el respeto hacia una época y su literatura. Por cierto que fue un exitazo en Asia, pero pegó el batacazo en América.

En el presente año ha llegado otra adaptación, esta vez bajo la forma de una serie que de momento cuenta con trece episodios. Hubiera estado bien que solucionaran lo que comentaba sobre la película. Tal vez dos o tres novelas por temporada, por ejemplo. Hubiera estado bien.

Ya antes de su estreno, algunos vertían por el colmillo veneno contra esta serie. Sobre el rodaje, se quejaban de que fuera en Europa del Este. Pues dos más dos son cuatro: Juego de tronos elige Andalucía como Dorne, y los de Mediaset / Beta Film construyen unos decorados en Budapest. Será cuestión de hacer números. Eso hace que algunos actores tengan que ser doblados, lo cual también les parece malo a otros. Considero que algunas series españolas y muchas de nuestras películas mejorarían bastante (tanto en calidad de sonido como en dicción) si fueran dobladas. Sé que hay gente que prefiere ver según qué cosas en la lengua original, subtitulada como mucho, pero a mi entender no nos merecemos los estudios de doblaje que tenemos en España. Porque a pesar de ciertas metidas de pata (como ese «pegarla» -hablando de maltrato a una mujer- que meten los que doblan Bones), su trabajo es excepcional. No sé si sabrán que en otros países no se molestan en cuadrar lo que el personaje dice con la forma en que el actor mueve los labios, algo que se hace aquí prácticamente siempre.

De los decorados y el vestuario, también se ha hablado y escrito. Y es cierto que los verdes y rosados tan vivos que se ven por las calles de Madrid ya los querrían los de Decathlon, sobre todo si tenemos en cuenta que la moda de la época era el negro. Y el luto, una costumbre casi continua. De los decorados, ya dijo Pérez-Reverte que el problema es que están emitidos con demasiada luz. Por ejemplo, la primera vez que aparecen el conde-duque y el de Alquézar el resultado es pésimo; tanto, que parece que hayan grabado la escena sobre un fondo azul, y luego añadido los detalles de la pared. Sin embargo la Taberna del Turco no pinta mal en pantalla, gracias al ambiente en semipenumbra.

Todo eso me daría igual si hubieran seguido, más de cerca o más de lejos, las peripecias de don Diego Alatriste y Tenorio. Que es quien da nombre a la serie. Así que ahí seguía, viendo como la trama del príncipe inglés (quien aparece en la primera novela, pero es más bien un McGuffin, una simple excusa dramática) se alargaba como la búsqueda de Águila Roja, sin entender mucho de por qué María de Castro tiene una hermana que es como Sor Juana Inés de la Cruz pero medio siglo antes y un océano más al este, o por qué Íñigo de Balboa, en lugar de servir a Alatriste tal y como está mandado, «quiere ser soldado, quiere ser soldado, quiere ser soldado»; tanto lo desea que parece el hijo de Águila Roja. Y que haya nombrado esa otra serie dos veces, no es gratuito.

Así estaba, cuando llegó el cuarto capítulo. No les había hecho mucho caso al segundo y al tercero, la verdad. Se había convertido ya en una serie más y, según mis usos y costumbres, hacía otra actividad mientras los veía. En ese capítulo, el capitán Alatriste ayuda a un par de críos a vengarse de unos rufianes que han matado a su padre, antiguo compañero de armas. Eso no aparece en los libros, pero no sería descabellado en el personaje, y sería una buena forma de alargar un poquito la trama (si quisiéramos hacer una temporada por cada libro, por ejemplo) y meter alguna escena de acción. Lo sería, a menos que sólo incluyéramos cuatro o cinco escenas breves de esta trama, interrumpidas por las otras tramas que ocupan mucho más metraje: los celos de la Lebrijana (una cosa es que sea celosa, y con motivo, y otra es estar a la gresca toda la maldita serie con el hombre al que ama), el matrimonio de la infanta con el príncipe inglés (quien es retratado como un pelele ignorante una y otra vez) y los engaños de Angélica Alquézar (que, por muy lista que fuere, una cosa es que esté destinada a convertirse en una mujer que dejaría a Milady de Winter a la altura del betún, y otra es que se codee, con sus lozanos once o doce, con fray Emilio Bocanegra).

¿Qué quieren que les diga? Para ver amoríos y sinsentidos seguro que hay otros programas más interesantes. Y otras series y películas retratan mucho mejor la corte de los Austrias. Pensaba que iba a ver una adaptación de las novelas, y salvo el primer episodio (donde se hizo, aunque no del todo a mi gusto), todo se queda en agua de borrajas y adopta la forma de un culebrón. Así que ahí se queda; no la veré más.


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