Mitología fersa antigua (I)

Adaegina
Es la desafiante y salvaje diosa fersa del caos, con multitud de monstruosos seguidores. Se dice que se alimentaba de las mentiras y falsedades de la gente, y de ellas obtenía su fuerza y poderío. Era personificación del desierto total, de lo aciago del mundo, y se la representaba como un monstruo de múltiples cabezas (una hidra).
Aunque el mito dice que fue eliminada por Vael, que consiguió así el trono de los dioses, su presencia sigue ligada a la experiencia de la embriaguez y del frenesí, dominando la zona oscura que precede al orden de la existencia civilizada. En algunos círculos, puede de hecho llegar a ser liberadora de los vínculos sociales y de los gobiernos demasiado estrictos. En el norte se asoció su presencia con la Muerte Blanca, pero en otros lugares se la tiene por esposa de Yaincoa, madre de Akelóo, Arkoni, Kernunnos y Vael, y guardiana de los infiernos superiores, desde lo más profundo del bosque, donde ella habitaba.

Akelóo
El dios-toro, símbolo de la virilidad y la fertilidad masculina. Se dice que su cuerno, símbolo de abundancia, puede verse en los cielos aún húmedos de lluvia. Hijo primogénito de Yaincoa, gobernó con él durante la Edad Dorada. Muerto por Tagotis, que plantó adelfas en el lugar donde pacía, cuenta la leyenda que desde ese momento, gracias a la ayuda de Vael, ha ido reencarnándose en diversos ejemplares del “rebaño sagrado” de las gentes de Antagis. Puede reconocerse a este nuevo Ansso por ciertos rasgos, como el color (generalmente negro) o una mancha en la frente. Este sería, pues, el origen de dicho mito y del espectáculo con él relacionado, y el punto de unión de ambas mitologías.
Durante las akelóales, fiestas celebradas en su honor en la primera ochana del mes de Tramontana, se rememoraba la edad de oro perdida; era un período de buena voluntad, dedicado a los banquetes y al intercambio de visitas y regalos, las actividades se suspendían y se postergaban ejecuciones y operaciones militares; un rasgo peculiar era que los sirvientes ocupaban el sitio preferencial de la mesa familiar y eran servidos por sus señores.

Ansso
Deidad asociada a los pastores de rebaños bovinos de altos pastos; se acostumbraba a dejar las sobras de la cena para alimento del dios a cambio de salud o fertilidad para el ganado. Terriblemente feo, medio animal y medio humano, se amenazaba con él a los niños que se portaban mal; y, de hecho, su nombre puede traducirse simplemente como “miedo”. Se creía que hablaba con la gente mediante los sonidos del bosque y también en las pesadillas. A veces podía ser, sin embargo, terriblemente voraz, y los viajeros debían tener cuidado si escuchaban su sílbido en la soledad de la noche.

Arkoni
Demonio de los bosques que, en forma de un enorme oso, atacaba a los cazadores. El mito cuenta que quedó trastornado por la muerte de su madre (que, según una versión, sería Adagina), y lideró las huestes monstruosas, convirtiéndose en un terrible asesino. Vael encomendó a Lida encargarse de cazarlo, pero sus flechas no pudieron atravesar su gruesa piel, así que pidió a Endovëliko que robara el arco de Baelisto. Sin embargo, fue sorprendido y hubo de hacer un pacto con él: Baelisto le dejaría el arco y Endovëliko le conseguiría los favores de Frouida, que había huido de él. Aunque el trato no fue cumplido, Lida consiguió el arco y pudo finalmente eliminar a Arkoni, cuya carne sirvió para saciar y amansar a las bestias que le acompañaban.
Se dice en Kveldulf que Arkoni habita en cada uno de los grandes osos blancos de la región, y un típico ritual de iniciación, tanto para hombres como mujeres, es emular la gesta de Lida, partiendo a solas y regresando con la carne del animal para compartirla con su gente.

Baelisto
Su nombre significa "el que hace aparecer la luz”. Identificado generalmente con el primero de los soles, llamado Dictis en otros lugares, es el dios de la pureza ritual, de las artes y las ciencias. Enamorado de Frouida, la persiguió por los cielos, pero ella prefirió arrojarse desde las alturas. Ciego de ira al ser engañado por Endovëliko, que había robado su arco, símbolo del poder distante pero certero, construyó uno nuevo y propagó la peste entre los habitantes de la región donde se ocultaba la ninfa. Dotado del don de la sabiduría por haber sido herido con el asta de Kernunnos, conoce el futuro y preside por ello los santuarios de los oráculos.

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