Concilio de la Balanza

En ocasiones, acordar algunas reglas entre dos ejércitos, puede beneficiar a ambos contendientes, y los miembros del Concilio están ahí para actuar de árbitros. Pueden ayudar en las discusiones, incluso llegando a la tregua; consiguen dar tiempo para las retiradas de heridos; logran que las armas de asedio únicamente se usan contra estructuras, y no contra formaciones de soldados, y también limitar el uso del Poder.
El Concilio de la Balanza sabe que las guerras no siempre pueden evitarse, pero ellos están ahí para lograr minimizar las bajas. Los campos, ciudades y fortalezas son preservadas en lo posible, y, más importante, el número de muertos de las guerras (bien soldados, bien inocentes) es mucho menor que si ellos no estuvieran.
Poseen agentes en todas las naciones, en las grandes ciudades y desperdigados por los campos, y así logran enterarse de cuando un conflicto va a conducir a una batalla, o serie de ellas. Luego envían a una media docena de agentes, que se dividen y contactan con los contendientes. Generalmente consiguen el acceso a los grupos de mando, y logran una especie de tratado con la normativa a cumplir. Luego observan que, durante la batalla, se cumplan dichas reglas. Visitan los hospitales de campaña y las celdas de prisioneros, llegando incluso a asegurarse de que los rescates y el intercambio se producen con normalidad. Consiguen casi siempre llegar a esos acuerdos, mediante su as en la manga: si uno de los contendientes se niega, estará en desventaja frente a su rival, pues los del Concilio actuarán entonces como consejeros para el otro bando, y suelen disponer de los últimos datos tácticos y estratégicos.
Los miembros del Concilio, mitad diplomáticos y mitad veteranos, visten unas características túnicas de color blanco hueso, con un bordado en el pecho y otro en el hombro derecho mostrando un escudo acuartelado en gules, azur, sable y sinople.
Uno de los más famosos miembros del Concilio de la Balanza es Idom, llamado el Ateo.

1 comentario:

  1. Malditos pacifistas. Así no hay quien monte una matanza como Melmo manda.

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